La Virgen de la Puerta
Escudo contra los infieles
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Bajo esta
invocación, la Santísima Virgen es venerada en Otuzco, departamento de
La Libertad. Su devoción se extiende particularmente a todo el Norte del
Perú. Su historia, hoy poco conocida en el resto del país, se origina
en un estupendo milagro y contiene una auténtica lección: es imposible
que Nuestra Señora no venza todos los imposibles
El
siglo XVII fue el siglo de oro del Virreinato del Perú. En esa época,
que fue también de intensa fe, brillaron las mejores cualidades del
pueblo peruano, que el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira sintetiza en
el trinomio Grandeza, Señorío, Santidad.
La
fama de nuestros santos corría paralela a la fama de nuestras riquezas,
a tal punto que hasta hoy se usa en Europa la frase “vale un Perú” para
indicar algo de gran valor.
Pero fue justamente esa riqueza lo que
despertó la codicia de los piratas protestantes, que por cierto no eran
—como los presentan los filmes de Hollywood— aventureros elegantes y
audaces. Eran, eso sí, verdaderos terroristas de la época, que llegaban
repentinamente en poderosas flotas y, movidos por su odio sectario, se
lanzaban a robar, violar y quemar, ensañándose especialmente con las
iglesias católicas, sus altares, imágenes y ornamentos sagrados.
Santa Rosa de Lima
es representada en muchas de sus imágenes con un ancla a sus pies, por
haber conseguido con sus oraciones y mortificaciones apartar de la Ciudad de los Reyes
a la flota del pirata y hereje holandés Spilberg. Este hecho es
sintomático para atestiguar la protección divina concedida por la
intercesión de la Virgen Santísima a nuestro país.
Nuestra Señora, escudo contra los terroristas de la época
La
historia de la Virgen de la Puerta comienza con un caso de piratería,
ocurrido en la ciudad de Trujillo. En el año de 1674 apareció a la
altura de Huanchaco una flota pirata que ya había cometido crímenes en
el puerto de Guayaquil y en la entonces próspera villa de Saña, hoy
desaparecida, donde falleciera el Arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo en 1606.
Los
habitantes de Trujillo quedaron evidentemente atemorizados con la
aproximación de esa flota y enviaron emisarios a todas las ciudades y
villas de la región, entre ellas a Otuzco, situada en la sierra, a 70
Km. de distancia.
Los
vecinos del pueblo quedaron también muy preocupados. Y, no disponiendo
de murallas ni contando con ninguna posibilidad de defensa, decidieron
recurrir a Aquella que la Sagrada Escritura llama “terrible como un Ejército en orden de batalla”.
Así, como recurso extremo, decidieron colocar en la puerta de la ciudad
una imagen de Nuestra Señora de la Concepción, devoción que las Ordenes
religiosas habían popularizado mucho antes de la proclamación de su
dogma por Pío IX, en 1854.
Había
en Otuzco una ermita dedicada a la Virgen de la Concepción, debida a la
devoción de una ilustre dama, Doña Florencia Mora de Sandoval, célebre
por los incontables actos de caridad que practicó.
Curiosamente
no fue esa imagen, Patrona de la ciudad, la que se colocó en la puerta,
pues una costumbre del Virreinato exigía que ella saliese de su altar
en la iglesia solamente para la procesión en el día de su fiesta. Muy
respetuosos de las costumbres vigentes, los habitantes de Otuzco no
quisieron retirar a la Patrona de su lugar, ni siquiera ante esa
inminente calamidad.
Así,
quedó defendiendo la puerta de la ciudad otra imagen de Nuestra Señora
de la Concepción, traída años antes de Venezuela para realizar
procesiones de la Inmaculada fuera de los días de fiesta oficial. Tal
imagen tiene un metro de altura, y se halla asentada sobre un trozo de
roca de un palmo de alto, toda forrada de plata.
Después
de colocarla precisamente en el lugar donde, en cualquier momento, se
esperaba la aparición de los piratas, la población estaba compenetrada
de que sólo les quedaba rezar y confiar en la protección maternal de
María Santísima. Tres días y tres noches permanecieron los habitantes
orando juntos en la puerta de la ciudad, a los pies de la imagen,
aguardando el temido ataque.
Pero...
¡lo imposible sucedió! Los protestantes holandeses, cuya superioridad
numérica y de fuerza era evidente, ¡ni siquiera desembarcaron! Hasta hoy
ningún historiador consiguió presentar una explicación natural
convincente para el hecho: la ciudad de Trujillo, y los pueblos de
Huanchaco y Otuzco fueron preservados de cualquier ataque de los
terribles piratas.
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